Mueren
y mueren y vuelven a morir, asfixiados, ahogados, desamparados, unos en familia
y otros en soledad. En bodegas, en camiones, en el mar…
Salieron
de su país, abandonaron sus casas, sus costumbres, lo dejaron todo.
Huyen
de la guerra, del hambre, de las injusticias y no los queremos, no los
acogemos, no hay sitio para tanta gente. Y yo me pregunto ¿será verdad?
Esto
de las fronteras, ¿cómo es? porque cuando se vuela alto, no se ven.
Salía
de mi casa con mi familia y pasó un coche de un centro de acogida. El jovencito
que iba en el interior tuvo el suficiente tiempo de mirar, de pensar y de
comprender que eso es lo que él había venido a buscar a la tierra prometida. Tendría
14 años.
Me
sentí atropellada y no salí ilesa.
Un
nuevo éxodo, un nuevo vía crucis que sufren millones de personas y nosotros
impasibles, sin actuar. No nos afecta y no protestamos.
¿Es
tan difícil ponernos en el lugar de los crucificados que arrastran sus vidas
por unas vías, qué se suben a una
patera, a un tren, o a un avión? ¿No nos reconocemos en sus rostros?
Solo
le pido a Dios que tanto dolor no me sea indiferente, como dice la canción. Y a
todos ellos, mil millones de veces, perdón.
por Ángeles Mantecón
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