Hoy martes, 12 de marzo, empieza en Roma, dentro de la
Capilla Sixtina, uno de los acontecimientos importantes de la Iglesia
Universal. Se iniciará lo que se conoce
como “Cónclave” en el que más de 115
Cardenales elegirán al sucesor de Benedicto XVI, quien renunció el
pasado mes de febrero. Como ha señalado el Cardenal emérito de Sevilla, Carlos
Amigo Vallejo, “no importa de dónde sea el Papa; Dios sabe todos los idiomas”. Se va a elegir un Pastor, no un tecnócrata.
Hay que implorar al Espíritu Santo para que
los cardenales electores designen el Papa que necesita la Iglesia del
Siglo XXI. Por ello me permito transcribirles el artículo, publicado, en el
número de este mes de marzo de “Iglesia al Día”, y que ofrecemos a
continuación:
RETRATO ROBOT
Todo hace
indicar que en la segunda quincena del mes de marzo conozcamos al sucesor de Benedicto XVI, tras
la sorprendente renuncia a su responsabilidad, renuncia que se hizo efectiva
como ya adelantara el propio Josep Ratzinger, a las 8 de la tarde del pasado 28
de febrero. Aun contradiciendo al actual portavoz de la Conferencia Episcopal
Española, Juan Antonio Martínez Camino de que “el Espíritu Santo no actúa con
retratos robots”, vamos a referirnos
a cómo imaginamos al sucesor del Papa que saldrá del inminente cónclave cardenalicio.
Sin duda
alguna, tras este breve Pontificado de Benedicto XVI, --que podría ser
calificado como de transición, pero no ha sido
así del todo--, para la Iglesia del recién comenzado siglo XXI se abre unas expectativas importantes y de
calado para toda la Humanidad. La Iglesia, a pesar de sus detractores, tiene un
trascendente papel en la Historia y por consiguiente en el devenir del ser humano. Teniendo en
cuenta la personalidad de Benedicto XVI,
creemos que su figura será clave para la elección de un papa nuevo, que
ponga “la velocidad de crucero” para esta nueva etapa en la que ha entrado la
Humanidad.
A partir de
ahora el mundo necesita de una Iglesia más cercana a sus problemas, a sus
inquietudes y a sus desesperanzas.
Benedicto XVI ha dejado el camino expedito para el nuevo “jefe” de la Iglesia
Universal; digamos que ha “limpiado el interior de la casa” y ha dejado las manos
libres para su sucesor. El nuevo Papa debe ser un hombre al tanto de la
cultura del mundo moderno. Ratzinger ha sido un hombre culto, conocedor de la
cultura de nuestro mundo actual en el auténtico sentido del término. Sin
embargo su sucesor debe ser un hombre que conozca bien lo que está pasando en
el planeta, los cambios culturales que se están dando, los cambios en la
percepción de la antropología y de la historia,
siendo capaz de dialogar con el mundo actual.
El nuevo
Papa debe ser un reformista dentro del camino ya trazado por el Concilio
Vaticano II y por la constante
ideológica de la Doctrina Social de la Iglesia. Debe producir reformas sustanciales en el manejo de la Curia Romana.
Como se sabe la Curia vaticana es el equipo inmediato que rodea al Pontífice
para guiar a la Iglesia en todo momento. Como ha señalado más de un experto, en
el interior de esta Curia debe darse una reforma a fondo, para que sean
Consejos y Congregaciones mucho más conscientes del momento actual, de tal modo
que puedan ayudar mucho más a la Iglesia a seguir con la tarea de la nueva
evangelización.
Debe ser
joven, con fuerzas suficientes para
enfrentarse a la complejidad de nuestra sociedad, y afrontar el desafío de un
mundo cada vez más secularizado y reformar una Iglesia- quizás un tanto
conservadora- tras los dos últimos pontificados. En definitiva, se abre la
puerta a un Papado fuerte, largo en su duración y con una voluntad clara de
aplicar no solo los dictados del Vaticano II sino las directrices del reciente
Sínodo Universal, celebrado en Roma el pasado mes de octubre. En su clausura,
Benedicto XVI dijo que la nueva evangelización concierne a toda la Iglesia, sin
miedos ni pesimismos.
Al Espíritu
Santo le dejamos la labor de elegir a ese candidato, sin reseñarle nacionalidad,
edad, color de piel o procedencia. Lo “otro”
lo dejamos para las casas de apuestas, que ya han
comenzado a “trabajar” con visión materialista y superficial.
Por Sebastián Sarmiento Domínguez
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