jueves, 6 de noviembre de 2014

¡Qué susto! ¡Qué revuelo! ¡Qué alboroto!


Han llegado y algunos con fiebre, mira que si tienen ébola. Nos guste o no nos guste, África y su gente, nuestros hermanos, están ahí.
Solo unas millas son las que nos separan del continente, el continente donde se desarrollaron los primeros homínidos y donde comenzó el largo camino hacia el hombre.
De eso hace aproximadamente cinco millones de años y África sigue viva, nacen y mueren, la mayor parte, no viven, malviven.  
Un continente negro, lleno de colores, de belleza, de vida, de paisajes únicos, de atardeceres grandiosos y de gente, de mucha gente, buena, con ilusiones, con proyectos, con alegría. Toda una creación.
A ellos les gusta África, sus costumbres, su familia y su vida, pero no los dejamos vivir, les obligamos a huir, a abandonar lo que más quieren, lo que más les gusta, su hogar, para enfrentarse a un horror.
Siempre tienen las de perder, les quitamos sus recursos naturales, les vendemos armas, les negamos la educación y el derecho a la salud. ¡Qué revés económico sufriría la industria farmacéutica si tuviera que abaratar los precios de las medicinas! mejor no encontrar el remedio, mejor que se mueran.
Antes era el sida, aquí, apenas nos morimos, allí siguen muriendo. La malaria, ningún problema, allí lo sigue siendo y ahora, el dichoso ébola que vuelve a dar la lata y encima, ¡qué ordinariez! cruza el charco y llega  a nuestro mundo, ahora sí que podemos llegar a tener un problema. Tenemos que actuar. Activemos los protocolos.
Y yo pregunto ¿es bueno que el ébola nos visite? Pues sí, estoy convencida. ¡Gracias Señor por enviárnoslo! A lo mejor, empezamos a darnos cuenta de lo que significa temer por nuestras vidas, que nuestro proyectos se trunquen. Eso no estaba previsto, estábamos organizados.
El ébola sigue su camino, se extendía por las carreteras y ahora por otros medios. El ébola separa, destruye familias, comunidades, cierra escuelas, aldeas. El ébola acaba con todo, mata.
El mar y desde luego un barco nodriza nos ha regalado a unos inmigrantes, gracias a Dios, todos vivos, algunos con síntomas sospechosos, ¡qué miedo! Y ya tenemos culpables, ellos, víctimas, están en el ojo del huracán, ojalá la fiebre solo sea de las duras condiciones de sus vidas y de la travesía, porque sólo les faltaba eso, ser portadores del ébola. Culpables.
Pobres inmigrantes, crucificados por nosotros. Nos da igual su vida, lo que padecen, qué más da, dignos o indignos, son negros y vienen de África,  que no nos molesten.
¿Dónde está nuestra humanidad?
A los inmigrantes los quiero aquí, con nosotros, para que nos recuerden que el mundo también les pertenece a ellos, que los necesitamos para sentirnos vivos, sin ellos no somos nada.
Se me retuerce el alma, que no se me enamora, aquí, algunos se atreven a jugar, juegan y les sale mal, eso sí es ¡un revuelo! ¡un alboroto! no lo que está pasando en África, nosotros no somos mejores que ellos, ¿por qué les negamos la vida? no les damos siquiera la oportunidad de vivir, no los dejamos, ni aquí ni allí, hay sitio para ellos.
Mi alma grita, con esas madres que despidieron a sus hijos con el corazón roto, con el miedo de no volver a verlos, de no saber si llegarán o no a la “tierra prometida”.
A ellas y a todas las que han sido madres por el camino, madres violadas, que no abandonaron, a todas ellas, les pido perdón.
Les pido perdón a todos los que sufren, a los niños, a los explotados, a todos los olvidados, a los que causan nuestra indiferencia. “Ojos que no ven corazón que no sufre”, eso no puede ser, enseñemos lo que no nos gusta ver, que sea una prioridad en nuestras vidas, ellos, los abandonados.

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por Ángeles Mantecón

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